
La solución
Acudieron a él porque para resolver su disputa porque daban por hecho que gracias a su gran experiencia y sabiduría sería capaz de encontrar una solución que contentara a ambos. El anciano vio venir a aquellas dos hombres directamente hacia su persona y supo que no le quedaría más remedio que atenderlos, pero si hubiera tenido la oportunidad de esquivarlos o esconderse de ellos, no lo habría dudado ni un segundo.
Estaba cansado de que todas las personas de su pueblo lo trataran como a una eminencia por el simple hecho de ser el individuo de mayor edad y tener una barba blanca y larga. A diario tenía que aguantar a los pesados de sus vecinos pidiéndole consejo sobre amor y negocios. Como si aquello no fuese suficiente carga para él, su fama se había extendido a los pueblos cercanos. Debido a ello, personas en situaciones desesperadas venían de dichas regiones para que los iluminara con su sabiduría. Él había explicado infinidad de veces a toda a aquella gente que no era quien ellos se imaginaban y que no podía darle solución a sus problemas. Sin embargo, estas palabras tenían el efecto contrario sobre sus admiradores. Veían en ellas una muestra de humildad y lo ensalzaban aún más.
El caso es que ahora tenía a aquellos dos sujetos delante de él y debía indicarles la manera de resolver su conflicto, aunque sabía que no tenía que esforzarse mucho, pues dijera lo que dijera, ellos lo tomarían como un dogma de fe y quedaría contentos con la solución propuesta. El anciano procedió como era habitual en aquellos casos. Pidió escuchar la versión de uno y luego la del otro. Acto seguido, se tomó un tiempo para reflexionar mientras se acariciaba suavemente su barba. Pronunció unas palabras y vio sonreír a los dos hombre de inmediato. Era una solución tan obvia que los dos interesados se preguntaron a sí mismos como habían sido tan tontos para no darse cuenta. Una vez más, exaltaron la inteligencia del viejo.
Los hombres le dieron las gracias, hicieron una reverencia, y se fueron alejando mientras charlaban amigablemente entre ellos. Por su parte, el anciano se levanto de su silla para ir su casa antes de que se le acercara alguien más a pedirle consejo. Ya no tenía ganas de seguir atendiendo gente en aquel día. Por lo menos, cuando estaba su hogar podía hacerse él sordo si llamaban a su puerta.