
La ropa
La puerta se había hinchado con el calor. Por ese motivo, rozaba con el suelo al abrirla y cerrarla. Era un poco incómodo pero no se podía hacer nada. Aparte de aquella anomalía, la vivienda se encontraba en perfecto estado. Se asomó a la ventana que daba al patio interior. Decidió bajar hasta allí. Una vez que llegó, se puso a observar con curiosidad como la suave brisa mecía algunas ropas que habían colgadas en el tendedero. Las trabas de madera que sostenían la ropa ya tenían algunos años. Se notaba como habían sufrido los rigores de permanecer a la intemperie. Sin embargo, seguían haciendo su trabajo. En cambio, las trabas de plástico que había comprado recientemente no habían resistido tan bien y ya se había tenido que deshacer de la mayoría de ellas.
Estaba concentrado en aquellos pensamientos cuando oyó un golpe seco detrás de él. La puerta del patio se había cerrado de golpe. El hombre puso cara de agonía. No había manera de abrirla desde ese lado y ese era el único acceso. Miró las ventanas pero estaban todas cerradas. Tampoco había traído el teléfono y era inútil que gritara porque no había nadie en casa que pudiera abrirle.
Pensó en las opciones que tenía. Se le ocurrió que podía golpear la puerta hasta hacerla ceder, pero no quería hacerlo porque era nueva y pensó que sería una lástima deteriorarla. La otra opción que le quedaba era escalar por la cañería que estaba en una de las esquinas del patio hasta alcanzar la ventana abierta del primer piso. El problema era que tenía mucho miedo a las alturas. Una caída no haría sino aumentar ese miedo. En ese momento, se abrió la puerta y apareció su hermana. Le dio gracias al cielo y a su hermana. Ella no tenía previsto pasar por su casa, pero se acordó de que tenía una ropa de ella colgando en el patio y quería recogerla.