La flor
Hacía tiempo que la flor se había marchitado, pero no quería deshacerse de ella. La seguía manteniendo un vaso alto. De vez en cuando le cambiaba el agua. No tenía nada especial con aquel ser. Simplemente, se la había encontrado tirada en el suelo cuando volvía a casa. Desde entonces, cada noche trataba de adivinar la historia que había detrás de aquella marchita flor. Llevaba mas de un año con ella, así que ya se había imaginado todo tipo de acontecimientos, desde las clásicas historias de amor y desamor, hasta tramas dignas de un libro de ciencia ficción.
Recordaba exactamente el lugar y la hora a la que encontró su tesoro, así que en ocasiones regresaba a aquel punto en el momento justo. En su fantasiosa mente veía como surgían las personas de diferentes puntos como si fueran fantasmas. El desarrollo de los hechos nunca era exactamente igual a la vez anterior. Sin embargo, el final siempre era el mismo: la flor terminaba en el suelo, abandonada y triste. Luego se veía a él mismo llegando para rescatarla.
A veces, se quedaba mirando fijamente mirando a su hallazgo y deseaba que pudiera hablarle para poder conocer por fin su verdadero pasado, pero sabía perfectamente que aquella no era posible. También pensaba que tal vez la flor quisiera comunicarse con él pero no sabía de que manera. El consuelo que le quedaba era pensar que alguna de tantas historias que se había imaginado fuera la cierta, o por lo menos, que se acercaba mucho. Aquella noche, cuando llegó la hora de dormir, se puso su pijama y se arropó con las sábanas. Se le ocurrió entonces que quizás alguien había dejado aquella flor allí a propósito para despertar la imaginación de quien la recogiera, como había pasado con él mismo. Cerró lo ojos y se dejó dormir, satisfecho con su razonamiento.
