La envidia

 Envidia. Imagen de falco en Pixabay
Imagen de falco en Pixabay

La envidia

Cada vez que salía a la calle notaba las miradas de la gente y sabía que habían cambiado. Conocía perfectamente el motivo de ese cambio. Ahora se encontraba en una posición económica mucho mejor en comparación a años atrás y todos en aquel lugar lo sabían. Para poder salir de la situación crítica en la que se encontraba en el pasado, había tenido que hacer muchos trabajos duros en los que fue humillado con frecuencia. Pero a pesar de ser consciente de eso, había mantenido la boca de cerrada casi todo el tiempo. En contadas ocasiones se había mostrado enfadado o había levantado el tono de su voz debido a la tensión acumulada. Y ahora que lo analizaba desde una perspectiva lejana, se había dado cuenta de que aquellos cabreos le habían traído más perjuicios que beneficios.

Recordó los momentos en los salía a la calle sudando por el esfuerzo de su trabajo y se encontraba con el frío helado del exterior. Guardaba en su memoria las noches en las que iba soltando palabras desquiciadas sin coherencia entre ellas mientras caminaba por la acera como un psicópata y gesticulaba exageradamente con las manos. Aquello le había servido para desahogarse de los abusos sufridos y de las interminables órdenes que recibía por parte de todos. Al final, siempre terminaba respirando profundamente para poder retomar la calma y se exigía a si mismo tener paciencia, pues sabía que las cosas irían mejorando poco a poco.

Así fue. Los momentos más difíciles ya habían pasado. Pero no solo su situación financiera se había transformado. También lo había hecho la actitud de muchas individuos de su entorno con respecto a él. El joven consideraba que las personas con una con buena salud mental se debían alegrar cuando veían progresar a una persona. Sin embargo, estaba ocurriendo lo contrario. Tiempo atrás era bien recibido por todo el mundo. La gente sentía compasión por él debido al estado en el que encontraba, se ofrecían a ayudarle y le regalaban cosas.

Varias de aquellas personas habían dejado de saludarlo después que supieron que le iba tan bien en la vida. Otras seguían hablando con él, pero se notaba descaradamente que estaban siendo hipócritas. De vez en cuando lo miraban con envidia, le mostraban sonrisas forzadas y le decían en un tono envenenado que había tenido mucho suerte. No soportaban que hubiera mejorado tanto y estaban deseando verlo caer y hundirse en la miseria. Entonces se sentirían de nuevo superiores a él y le tenderían la mano fingiendo ser buenas personas. El muchacho se dio cuenta de lo terrible que era la envidia y se alegró de no haber tenido nunca ese sentimiento.

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