
La carrera
Corría todo lo que podía para alcanzar al ladrón pero había muchísima gente en la calle que le entorpecía el paso. Continuamente tropezaba con las espaldas de las personas. Tras de sí iba dejando un rumor de lamentos proferidos por las peatones contra los que había chocado. Era muy complicado mantener la vista en el sustractor y a la vez esquivar a todo el mundo.
En su carrera golpeó con su rodilla la cesta de una señora haciéndola caer y derramando sus frutas. La mujer se quejó amargamente y le ordenó que se parara y le ayudara a recoger sus cosas. Esto llamó la atención de otras personas que había a su alrededor. Ella siguió corriendo hasta que un hombre de gran tamaño se interpuso en su camino y la hizo chocar contra su pecho. El gigante le dijo seriamente que no estaba bien tirar las cosas de los demás y salir huyendo. Además, otras personas se unieron a él y le exigieron que le pidiera perdón a la dama. Ella intentó explicar que un ladrón le había robado su cartera pero nadie parecía querer escuchar lo que decía.
Al final, se dio cuenta de que no podría seguir avanzando si no hacía lo que le estaban pidiendo. Entonces se dirigió hacia donde estaba la señora, le pidió perdón sinceramente y la ayudó a recoger las frutas que habían caído al suelo tras el desafortunado golpe. La mujer aceptó las disculpas de mala gana y le dijo que tuviera más cuidado la próxima vez.
Después de arreglar el asunto de la cesta, la muchacha se volvió para intentar ver por donde iba el criminal. Para su desgracia, este ya había desaparecido de su campo de visión. Lamentó que su intensa carrera no hubiera servido para nada, se preguntó si alguna vez volvería a ver su cartera y sus pertenencias y se dispuso a llamar al banco con el fin de anular sus tarjetas de crédito.