
La bajada
Muchas veces se había sentido tentada de bajar aquella cuesta a toda velocidad con su bicicleta. Sin embargo, siempre se había contenido pues sabía el riesgo que conllevaba aquello. Era una bajada muy ancha y y larga, y al final de la misma había un cruce regulado por semáforos. Además, los carriles de la carretera llevaban un sistema de raíles incrustados por los que subían y bajaban los tranvías a lo largo del día. Rozar uno de aquellos raíles con una rueda podía acarrear fatales consecuencias.
En algunas ocasiones llegaba cansada de trabajar y no tenía ganas de subir la calle para alcanzar su casa. En esos momentos sentía deseos de pedirle a a algún peatón que tirara de ella y la remolcara hasta su vivienda. Siempre decía que era una pena que el tranvía no parara justo en la entrada de su edificio.
Otras veces se sentía afortunada de vivir en aquella calle. La razón es que era uno de los pocos desniveles presentes en toda la ciudad. Así, rompía con la monotonía de las calles planas. Pero la gran ventaja que le proporcionaba vivir en lo más alto del edificio situado en la cima de la calle era que disfrutaba de unas vistas magníficas. Cuando era una niña y se asomaba a la ventana le gustaba imaginar que era una princesa en lo alto de un castillo situado en una montaña y que venían príncipes de todo el reino para conquistar su amor. Veía a los tranvías que bajaban como si fueran dragones dispuestos a impedir que nadie pudiera acercarse a ella.
Unos de los recuerdos más impactantes que tenía era de cuando se formó un atasco en toda la avenida. Desde su privilegiado lugar podía observar las caras de los conductores. Los que iban hacia abajo no estaban tan estresados. En cambio, los que se dirigían a la cima tenían un agobio enorme, pues tenían que estar pendientes todo el tiempo de controlar sus vehículos para que no se fueran hacia atrás y golpearan a otros. La muchacha recordaba todos aquellos momentos y sonreía porque sentía que era el lugar perfecto para ella.