
El perro y la muchacha
El perro se despertó y se estiró durante unos segundos. Se dirigió hacia la puerta de su casa porque quería salir al campo. Dicha puerta se encontraba cerrada, por lo que tuvo que ponerse en vertical sobre sus dos patas traseras y con sus extremidades delanteras tiró hacia abajo de la manilla. Afuera haca un tiempo espléndido. El sol brillaba con mucha intensidad y había una temperatura cercana a los 30° centígrados. Una vez afuera, el perro vió algo que le llamó la atención y se dirigió hacia su objetivo a gran velocidad, perdiéndose en la inmensidad del terreno.
La vivienda que acababa de abandonar el perro quedó entonces con su entrada abierta. Así puedo percibirlo su propietaria cuando llegó, pero no le dió importancia porque conocía a su mascota y sabía lo mucho que les gustaba irse de paseo improvisadamente, para luego regresar. La muchacha había bajado al mercado para aprovisionarse de distintas frutas, como melones y sandías. Las fué colocando con cuidado en una estantería que se hallaba junto a la ventana. Su hogar no era muy grande, pero si resultaba muy acogedor. La cocina y el dormitorio se encontraban unidos. Solo el baño se encontraba en una estancia separadas, por razones obvias. La joven su puso a preparar su almuerzo y al poco tiempo llegó su perro, como si hubiera olido el guiso a kilómetros. Los dos se saludaron calurosamente y luego ella le rellenó su cuenco con agua para que pudiera aplacar su sed.
Después de comer, ella se sentó en su cama a leer un libro que había empezado unas semanas antes. Su inseparable amigo se acostó junto a ella, algo agotado por su reciente aventura. La horas fueron pasando hasta que llegó la noche, y con ella la agradable brisa fresca que disipa el calor de verano.