Concentración

Concentración. Imagen de Gerd Altmann en Pixabay
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Concentración

El nudo de su corbata quedó tan bien hecho que se quedó mirándolo durante unos segundos frente al espejo. Entonces recordó que iba a ajustado de tiempo y continuó arreglándose. Cuando estuvo listo, salió de la habitación de su hotel y se dirigió a la sala de eventos. A pesar de que ya había estado otras veces allí, no dejaba de sorprenderle el tamaño de aquel espacio y su espectacular escenario. Todo el mundo estaba sentado esperando a que comenzara la ópera. Él tenía su asiento reservado en la primera fila. Caminó por uno de los lados de la sala hasta llegar a su destino. Una vez allí, se sentó y se puso cómodo.

Las butacas eran tan espaciosas que podía apoyarse con total libertad en los apoyabrazos sin molestar a nadie, al contrario de lo que sucedía en otros lugares. Se sintió afortunado de haber encontrado un hotel tan especial.

Las luces del salón se fueron volviendo cada vez más tenues hasta apagarse por completo. Esto ocurría al mismo tiempo que las luces del escenario iban cobrando vida. Era un sincronía perfecta que ayudaba en gran medida a crear la ambientación. La obra comenzó y él estaba entusiasmado. De pronto, una voz le hizo perder la concentración. Correspondía a la mujer que estaba sentada a su derecha. El asintió rápidamente porque quería seguir viendo la actuación, pero ella volvió a hablarle. El hombre no quería ser grosero, pero tenía muchas ganas de ver aquella obra y no quería que nada ni nadie lo distrajese, así que decidió ignorar a aquella dama. Ella no se dio por vencida y continuó hablándole en susurros.

La señora siguió dirigiéndose a su vecino de butaca durante todo el tiempo que duró la representación. Él, por el contrario, estaba tan decidido a disfrutar de aquel momento que había conseguido anular la voz de la insistente mujer y mantener la concentración en lo que interesaba. Una vez que concluyó la ópera, la dama se levantó, lo miró por un segundo, giró su cuello airada y se fue. Él tampoco se dio cuenta de eso porque había quedado asombrado con aquella maravillosa función que acababa de presenciar.

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