Cuando las buenas intenciones no son suficientes

Abel/ octubre 2, 2020/ Filosofía/ 0 comentarios

Cuando las buenas intenciones no son suficientes

Algunos países han desarrollado una serie de condiciones en las últimas décadas que han permitido que sus ciudadanos se vuelvan más civilizados. Entre dichas condiciones, destacan algunas como la expansión de la educación, la existencia de empleos que permiten vivir dignamente y el establecimiento de un sistema jurídico independiente. Gracias a estos pilares, la mayoría de las personas han conseguido una vida medianamente plena. Al mismo tiempo, dichas personas han colaborado para que se pueda mantener lo logrado.

Sin embargo, siguen presentes una serie de elementos perjudiciales, los cuales no responden a ningún estímulo y no tienen intención ninguna de corregir sus conductas. Entre los casos más graves, podemos encontrarnos con violadores, estafadores y atracadores. Estos ha contado con oportunidades y herramientas suficientes para ser civilizados, pero han decidido seguir justamente la dirección contraria.

También tenemos casos de personas que no atentan directamente contra la sociedad pero que siguen siendo graves. Uno de ellos lo observamos en las carreteras. A pesar de las numerosas campañas de concienciación, todavía quedan conductores que siguen sin usar el cinturón de seguridad en sus desplazamientos. Además, hay quienes siguen arrojando basura al mar siendo conscientes de lo que eso significa. Incluso se ha tenido que recordar en estos tiempos la importancia de una higiene personal básica. Esto resulta lamentable porque es una cosa que se enseña a todos desde niños y se da por sentado.

El tratamiento de este tipo de gente resulta extremadamente complejo para una sociedad civilizada. Los países han intentado durante mucho tiempo que los elementos perjudiciales se reconviertan aplicando el razonamiento y la lógica. Pero como ya hemos dicho, ningún método consigue hacerlos desistir de su mala conducta. Entonces han empezado a surgir las voces que reclaman la aplicación de leyes más duras. Así, se pretende que los delincuentes cesen sus actividades y se evita que otros sigan su ejemplo.

Los gobiernos saben que sus ciudadanos tienen parte de razón. Sin embargo, se ven limitados por sus propias leyes y por el hecho de que, según sus principios, un país civilizado no debe actuar radicalmente contra ninguno de sus miembros, pues entonces dejaría de serlo. Así, observamos a diario como los criminales se aprovechan de esta debilidad para perpetrar su actos repetidamente. El resto de ciudadanos se queda con la sensación de que no se aplica debidamente la justicia y de que quedan demasiados crímenes impunes.

Ha pasado suficiente tiempo y las experiencias acumuladas son más que suficientes. La falta de información o de medios ya no es excusa para ningún criminal. Lo más conveniente para todos es que se aisle permanentemente a quien no quiera ser civilizado. Es cierto que el resto de la población va a tener que costear irremediablemente el mantenimiento de estos seres. Sin embargo, sigue resultando mejor que tenerlos en las calles.

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